A decir verdad, no sé cómo afrontar esta crítica... pero sé que debo hacerlo. Reconozco que entré con la idea de una película bélica americana, donde éstos son los mejores, los más valientes y los salvadores del mundo. Bien, me equivoqué, afortunadamente, pues es cierto que son soldados de los Estados Unidos de América, pero también son hombres que sienten, ríen, lloran, tienen familias a las que echan de menos y que éstas añoran; cosa que no valora su gobierno cuando los manda a una misión suicida, a una emboscada, y le pide a su comandante, Harold Moore (Mel Gibson) que abandone a esos niños a su suerte, o cuando recluta a hombres, sin distinción de raza, credo o ideologías, y ni siquiera los dejan lavar la ropa... Es absurdo, pues todo sigue igual, aunque exista una diferencia: hay miles de muertos más que antes, y, al menos en la teoría, los negros y otras etnias ya no son discriminados por los blancos... Puede que a este film le falten escenas que te arranquen las lágrimas, puede que el discurso nos recuerde a Braveheart, puede que sea patriótica, pero sobre todo eso, esta película nos muestra a personas manejadas como si fueran marionetas por burócratas que no saben lo que pasa lejos del hogar, en algo tan ridículo como la guerra. Esto va por todas y cada una de las personas que mueren día a día de forma injusta, ya sean soldados, víctimas del terrorismo, violencia doméstica, barbarie fanática o cualquier otra forma... Por ellos y ellas escribo este artículo. Por ellos y ellas seguiré escribiendo.
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