La primera de las adaptaciones de la novela de D.H. Lawrence llevada a cabo por Ken Russell, y la mejor de todas con diferencia (las otras serían "El arco iris" y "Lady Chatterley"). Explora como poca películas, la mente, las emociones y la filosofía sobre el amor de sus protagonistas. Tan controvertida como aplaudida, este título destila una sensualidad, fatalidad, demencia y provocación tan propia, que resulta arrolladora en su escenificación. ¿Momentos para el recuerdo? Demasiados: el monólogo de Alan Bates con el higo, Oliver Reed (magnético y animal) acariciando el conejo con la mirada congelada y el momento de impotencia ante el descubrimiento del cadáver de su hermana, ahogada con su amado mientras nadaba en el estanque,... Y como olvidar el segmento que reúne a los dos actores delante del espejo (por encima de la famosa escena erótica de lucha entre machos) o a Glenda Jackson (gélida y magistral) apagando la vela antes de murmurar "El tren está entrando en el túnel"... Bella y rotunda masterpiece. Un diez. Voilá.